De momento Abril
Me encuentro otra mañana más esperando en la parada del autobús. Hace un día gris y el frío del invierno hace que me duelan las orejas.
No sé cómo hay gente que le puede gustar esta época del año. La falta de luz, los días grises… y el cierre contable con todos esos proyectos pendientes de entregar. Todo los clientes se quieren ir de vacaciones tranquilos y las fechas de entrega se solapan unas con otras. Es realmente estresante. Estoy deseando que sea de nuevo primavera. Por lo menos hace bueno.
Después de 20 minutos de retraso por fin llega el autobús. Ya no me siento el rostro del frío que hace. Subo por la puerta delantera y me fijo en que hay menos gente arriba de la que me esperaba, aún así me toca ir de pié. Utilizo la máquina situada al lado del conductor y gasto un viaje del bono de 10. Me quedan 3 más. Tengo que acordarme de recargarlo cuando vuelva a casa.
Me coloco mis cascos y me dispongo a escuchar una buena sesión de música antes de afrontar la larga jornada laboral que me espera por delante.
En la siguiente parada sube una chica. Me fijo en ella por la cinta de color salmón que lleva en el pelo. No se ve a muchas chicas llevando este tipo de lazos hoy en día. Se dispone a pasar la tarjeta pero suena un sonido desagradable indicando que algo va mal. Lo vuelve a intentar pero el sonido persiste. Y una tercera vez. Se da por vencida y coge el monedero para pagar un billete sencillo, pero se da cuenta de que no lleva suficiente efectivo. Intenta explicárselo al conductor, pero este no atiende a razones y le pide que baje del bus dando un frenazo en seco.
Me acerco a la máquina sin pensarlo y gasto uno de mis viajes. El conductor me echa una mirada criminal y sin mediar palabra continua la marcha. La chica me mira sorprendida.
— Gracias.
— No es nada, ni te preocupes. He vivido esa misma situación y hubiera agradecido que alguien hubiera hecho lo mismo por mi.
— No, en serio, eres muy amable. La gente hoy en día va siempre a la suya y no tiene gestos por los demás.
— No quiero ni imaginar ponerme en tu lugar y tener que esperar al siguiente bus con el frío que hace ahí fuera.
— Sí, la verdad que no llegaría al trabajo y me toca abrir la tienda.
— ¿Dónde trabajas?
— ¿No lo sabes?
— ¿Por qué debería saberlo?
— ¿Porque yo sí que sé dónde trabajas tú?
De repente la conversación empezó a tornarse algo extraña y aquella chica tenía todo mi interés.
— No sé si alegrarme o asustarme.
Soltó una carcajada.
— ¿No tienes ni idea, verdad?
— Lo siento.
— Bueno, esta es mi parada, me tengo que bajar.
— Espera, dime por lo menos cómo te llamas.
— La próxima vez que te vea te daré algo mejor que mi nombre.
Me quedé estupefacto. Ella en cambio se dio la vuelta y bajó del autobús sin volver la vista atrás. ¿De qué me conocía esta chica?
Bajé del bus en la siguiente parada y estuve todo el trayecto hacia la oficina dándole vueltas a mi extraño encuentro. Tanto, que ni me acordé de darle al play a la canción que tenía preparada para reproducir en el móvil.
Una vez ya en la oficina intenté centrarme en mis tareas y que el día acabara lo más rápido posible. Pero no había pasado ni una hora desde que entré y mi cabeza estaba completamente en las nubes. ¿Por qué sabía dónde trabajaba? ¿Sabía algo más de mi? ¿Me parecía su rostro familiar o era por la conexión que había sentido esa mañana?
Una compañera se me acercó y me dijo:
— Amigo, ¿qué te pasa hoy? Te noto más despistado que de costumbre. ¿Quieres que nos tomemos un café y me cuentas?
Cogimos los abrigos y nos dispusimos a andar. Nos gustaba ir a una cafetería que se encontraba a unos 10 minutos de la oficina. Valía la pena el paseo porque hacían un café excepcional y además nos servía para despejarnos.
De camino le estuve contando mi encuentro con la que en ese momento bautizamos como La chica de la cinta en el pelo. Ella no paraba de hacerme preguntas para intentar establecer una conexión, pero no dábamos con la respuesta.
Estaba tan distraído que ni noté el frío que hacía durante todo el trayecto. Llegamos a la cafetería y al entrar sonó una campanilla típica de los cafés americanos que indicaba la llegada de nuevos clientes. Pedimos dos tazas para llevar porque tampoco podíamos demorar mucho más el descanso. La pila de trabajo nos esperaba a la vuelta.
Aguardamos unos minutos mientras preparaban nuestro café cuando la barista se acercó directa a mi y me entregó la taza en la mano con cierta complicidad. En la taza se podía leer perfectamente un número de teléfono. Tardé en reaccionar. Mi compañera me miró con una de esas miradas que juzgan y mi cabeza empezó a realizar conexiones. Cuando levanté la vista y vi el rostro de la barista me quedé estupefacto. Era La chica de la cinta en el pelo.
— Dios mío, cómo puedo ser tan torpe.
— A este invita la casa, te lo debo —dijo.
La miré a los ojos, sonreí y añadí.
— Te llamaré, pero sigo sin saber tu nombre.
— Me llamo Abril —respondió.