6 de Agosto
6 de Agosto de 1999. Jamás olvidaré esa fecha. Fue el día en que nuestros labios se rozaron por primera vez. Un pequeño roce tímido, desconfiante, con miedo de no ser correspondido. Pero tú me lo devolviste restándole importancia a lo que para mi era todo un asunto de estado. Y a continuación nos devoramos, casi perdimos el sentido. Teníamos todo ese amor dentro deseando compartirlo y aquel verano se volvió mágico.
Me encantaba bañarme en el mar y nadar contigo hasta la boya, momento en el que aprovechabas para robarme un abrazo. Un abrazo que pese a mis esfuerzos para mantenerme a flote muchas veces provocaba que las olas me engullesen. A ti te entraba la risa.
Ese mismo mar fue testigo de nuestras promesas mientras nos sentábamos en plena noche en el espigón para contemplar las perseides. Se convirtió en nuestra rutina nocturna hasta ese día en que vi estallar en tus ojos los fuegos artificiales que alumbraban el cielo. Fue entonces cuando me di cuenta de que estábamos escribiendo una historia juntos.
El verano acabó y tú te tuviste que marchar a tu tierra, lejos del mar. Intenté superarlo, olvidarte, pero no pude. No puedes ni imaginar la felicidad que me producía ver tu nombre escrito en la pantalla de mi móvil. Vivía pendiente de recibir un mensaje tuyo. Sólo con un «Buenos días» conseguías que mi día cambiase incluso antes de que este empezara. Mensajes que aún conservo a día de hoy y que he de confesar que alguna noche releo.
Para mi la distancia no era suficiente y gasté todos mis ahorros en aquel billete de avión para volver a estar junto a ti. Necesitaba volver a pasar aunque fuera un solo instante a tu lado. Aunque al principio no lo confesaras, yo sabía que estabas deseando que lo hiciera. A partir de entonces comenzamos a viajar, primero como excusa, después por necesidad. Nos comimos el mundo, o como nos gustaba decir, nos comimos alrededor del mundo.
Eramos felices pese a la distancia.
El destino es caprichoso y 2 años después de aquel verano, también un 6 de agosto, mi teléfono se iluminó, pero esta vez no aparecía tu nombre en la pantalla. Nunca más lo hizo.
De ese día solo recuerdo el trayecto al hospital. Tampoco quiero recordar nada más porque he sido incapaz de comprender la secuencia de factores que te condujeron a ese trágico desenlace. A día de hoy todavía me duele. Te perdí y no pude despedirme. Aún me culpo por no haber estado contigo dentro de ese coche. Aquel accidente puso un punto y final a nuestra historia.
Han pasado 15 años y sé que nunca voy a olvidarte. Fue efímero. A veces incluso dudo de que lo que vivimos fuera cierto y no un sueño. Tus mensajes y fotos me hacen recobrar la lucidez y mantener los pies en el suelo. Pero a la vez mirarlos me producen la mayor tristeza del mundo. No quiero que pienses que me he quedado atrapado en aquel momento, lo estuve, durante mucho tiempo, pero he conseguido aprender a vivir con ello.
Ahora es otro nombre el que ilumina la pantalla de mi teléfono y mis días. Victoria me agarró de la mano en aquellos momentos tan oscuros y me sujetó bien fuerte. No me dejó caer. Te hubiera encantado conocerla. Tiene la misma actitud frente a la vida que compartiste conmigo durante aquellos maravillosos 2 años. Ella me ha enseñado que reír puede ser una forma de vida. Hemos hablado mucho de ti, aunque intento evitarlo porque noto que le incomoda saber que nunca podré olvidarte. Es inevitable.
Hoy me encuentro de nuevo en aquel hospital donde te despedía, donde pasé el peor momento de mi vida, pero esta vez es para darle la bienvenida a alguien muy especial. Alguien que me hubiera encantado presentarte. Aunque, bueno, nunca es tarde ¿verdad?
Eva, te presento a Eva.
Ella a llegado al mundo con un llanto dulce e inocente como aquel primer beso que nos dimos. Sostengo la mano de Victoria con fuerza, compartiendo este momento tan trascendental. Aquel hospital, que una vez fue testigo de una dolorosa tragedia, ahora se convertía en el escenario de un nuevo comienzo.
Con la pequeña en mis brazos, me doy cuenta de que Victoria tiene razón, la vida sigue su curso, la pérdida no nos define y que por cada despedida llegará un nuevo comienzo. Está en nuestra mano enfrentarlo con una sonrisa.
Ahora, con Eva en nuestras vidas, nos embarcamos en un nuevo capítulo, construyendo recuerdos que, con suerte, serán tan mágicos como aquel verano que cambió mi vida para siempre.